Antiguamente, casi todos los medicamentos disponibles se originaban de descubrimientos en la naturaleza. Hoy en día es preponderante la “invención” de fármacos, donde reconociendo mecanismos moleculares involucrados a enfermedades resulta posible sintetizar sustancias químicas novedosas que los intervienen.
Aunque esto desarrolló o perfeccionó la farmacoterapia de numerosas patologías, la gran productividad científica se encontró con una serie de cuestionamientos éticos que llevaron a replantear metodologías de trabajo y generar imposiciones estrictas para comercializar nuevos medicamentos.
Por ello, la autorización sanitaria para un medicamento innovador no depende solo de su eficacia sobre una enfermedad, sino que debe garantizar adecuada seguridad al paciente, donde los posibles efectos negativos del fármaco no superen sus beneficios. Además, la eficacia se debe validar través de estudios estadísticamente significativos, por lo que usualmente se estima que el tiempo promedio de desarrollo y aprobación de un nuevo medicamento bordea los 10 años.
Es importante conocer esto porque, pese a los esfuerzos para acelerar ésta tramitación ante crisis sanitarias importantes, se genera desinformación y falsas expectativas al hablar livianamente de tratamientos farmacológicos “exitosos”, sin enfatizar las condiciones en las que se hacen estas pruebas, lo que lleva a la población a subestimar los riesgos de contraer enfermedades, y más aún, buscar terapias cuya razón riesgo/beneficio no ha sido bien valorada.
En el caso del COVID-19 hay que ser enfáticos. Actualmente no hay una terapia que demuestre eficacia considerable, solo alternativas experimentales para retrasar la propagación o abordar pacientes graves que no responden a medidas convencionales. La mayoría de las terapias innovadoras, incluyendo vacunas, se encuentran iniciando pruebas en humanos, no esperándose su comercialización antes de un año, pese a todas las facilidades que se otorguen.
De ahí a que resulte tan importante seguir todas las medidas de prevención y control recomendadas, que tienen por objetivo disminuir el crecimiento exponencial de casos, evitando un colapso del sistema sanitario y la aparición de casos graves. Aunque se llegue al momento de tener medicamentos eficaces disponibles, dejar de esforzarnos en prevenir es una pésima decisión, pues implicará un uso de recursos innecesario, sumado a los riesgos de desarrollo de resistencias y reacciones adversas a la terapia.
POR LUIS GONZÁLEZ BURGOS
Químico Farmacéutico, Ms. Tox.
Escuela de Medicina Universidad de Magallanes