“Empatizar en la diferencia, en la diversidad de realidades, en eso que me hace decir que no estoy en nada de acuerdo con lo que piensas, pero el ímpetu, la fuerza y el compromiso que le pones me hace conectar con esa emoción… he ahí el desafío”, dice el psicólogo Marco Alvarado Cárdenas».
Hoy me emplazaron a dialogar sobre empatía, un concepto cada vez más recurrente en las distintas esferas donde nos desenvolvemos; por supuesto, no pude negarme a tamaña oferta; y es que hablar sobre empatía inmediatamente nos hace entrar en terrenos difíciles, complejos, y por qué no decirlo, angustiantes por momentos; imagínense ustedes si no puede haber una triada más atractiva que esa.
Se deben estar preguntando cómo va a ser difícil, complejo y angustiante hablar de algo tan lindo y positivo como ponerse en “los zapatos del otro”, visto de ese modo, ahora no sólo es complejo, sino que además un imposible; siguiendo la metáfora del calzado, los zapatos adquieren sentido en la medida que nos movilicemos hacia algún lado, estarán de acuerdo conmigo, que, si vamos a estar recostados o derechamente durmiendo, entonces los zapatos pierden valor. Pues bien; ¿cómo podría ponerme en los zapatos de alguien, si no recorrí los caminos por lo que esa persona y sus zapatos anduvieron?
El origen
Pero entonces, ¿qué es la empatía? El término comenzó a usarse en el ámbito de la estética filosófica, y básicamente era la capacidad de la mente humana para captar el valor simbólico de la naturaleza y del arte; literalmente era la manera en la que conectábamos con una pintura, una expresión musical, pero también con el sonido del riachuelo, el silbido del viento, sólo por nombrar algunas cosas. Algo de la naturaleza y el arte me moviliza, me despierta, emociona, afecta, en definitiva, me conecta. Lo anterior implica inmediatamente tres variables a considerar: La empatía siempre será con algo externo, pero que engancha emocionalmente con tu interior; dicha conexión es positiva en su inicio, te interesa, moviliza, afecta, te identifica internamente con algo desde fuera; para posibilitar la identificación debemos estar abiertos a todos nuestros sentidos, especialmente a la mirada y la escucha.
Y si bien es cierto, uno puede conectar en la igualdad, empatizar en procesos y experiencias similares, lo que ocurre habitualmente en grupos terapéuticos, fanáticos de distintas índoles (artísticas, deportivas), grupos religiosos, etc. El verdadero desafío no es empatizar en los “lugares comunes”, sino en lo que a todas luces encasillaría como la diferencia entre las personas, opiniones o gustos disimiles, formas de actuar distintas, tan contrapuestas que a veces olvidamos que entre un “colocolino” y un “chuncho” sí se puede empatizar en la pasión que le ponen a su afición; empatizar en la diferencia, en la diversidad de realidades, en eso que me hace decir que no estoy en nada de acuerdo con lo que piensas, pero el ímpetu, la fuerza y el compromiso que le pones me hace conectar con esa emoción… he ahí el desafío.
Empatía para hacer comunidad
Todo lo mencionado cobra especial importancia en tiempos actuales; podríamos decir que la empatía es de esos valores que la sociología considera como “pegamento vincular”, algo que claramente genera comunidad y evita la desintegración de la humanidad; la empatía no solo nos hace humanos, sino además nos conecta como personas; basta recordar la ecuación psicosocial en tiempos de conflictos: el nosotros como grupo se divide en nosotros y los otros, al nosotros le decimos amigos, a los otros le decimos enemigos, a los enemigos los etiquetamos bajo un rótulo cualquiera con el afán de cosificarlos, la cosa ya no es humana, la cosa molesta, la cosa no nos conmueve, no nos duele, podemos hacer lo que queramos con la cosa, porque ya no hay conexión, ya no hay empatía, lo que ahora nace es la indiferencia.
Para evitar lo anterior es prioritario restablecer la escucha y la mirada, no sólo porque a partir de la mirada nos constituimos, somos algo; sino también porque al ser escuchados nos diferenciamos de los demás, adquirimos identidad. Doble provocación si entendemos que mirar implica dejar de buscar nuestro reflejo en la otra persona, y por sobre todo que escuchar es dejar de pensar en nosotros, pues, si mientras escucho estoy pensando en lo que yo diría, en como yo actuaría, etc. Entonces ¿en realidad, a quién estoy escuchando?
Por Marco Alvarado C.
Psicólogo Especialista en Psicoanálisis
Miembro titular de AASM
www.marcoalvarado.cl