Es sábado, un día de invierno, la estación hecha para la intimidad y la reflexión, ¡y ya hay que levantarse! Con mi señora les prometimos a los niños que íbamos de paseo. A los 7 y 8 años ya se dan cuenta de muchas cosas y no son fácilmente engañables como sí lo eran cuando iban al jardín. No saben adónde vamos, pero no es lejos: a un cerrito cerca de la casa. Está todo verde. Es un lindo día y como nevó muy bajo, por primera vez van a sentir cómo es la nieve. Muchas veces he escuchado que cuando hace frío, es mejor quedarse en la cama, especialmente los niños, “así se les protege”… luego nos preguntamos por qué les cuesta tanto enfrentar la vida. Eso ya es para otro y extenso comentario.
¿Están listos? La voz de mi papá suena muy entusiasta, surgiendo de mi nostálgica memoria. Mis tíos comentaban riéndose que le gustaba salir para el lado que estuviese parado el auto. Un auto pequeño, aguantador y sencillo. ¡Arriba para la aventura! Podía andar a la arriesgada velocidad de ¡100 km por hora! Hoy es todo electrónico, así que ya no se arregla con un alambrito. ¡Eso era muy, pero muy chileno! Ahora veo a mis amigos o gente que conozco que cuidan su auto como si fuese un hijo, angustiados a la menor rayita ¡y qué decir del interior! un problema que los niños ensucien, así que veo sus 4×4, muy elegantes y modernos, y pienso, sin decirlo, claro está, “lo usan para ir a comprar el pan a la esquina”. Ese auto no creo que vaya a conocer alguna vez el barro… ¿Raro, no?
Llevamos lo necesario para comer, algo para beber, ¡nada de cocinar!, o hacer fuego, la consciencia ecológica está ya impresa en nuestra mente. No es así en todos, lamentablemente. Viven y actúan como si el planeta fuese una infinita fábrica de recursos.
¿Todos listos?, ¡Sí, papá! ¿ya pasaron por el baño? …así se evitan “sorpresas” en el camino. Mamá (ya camino a nuestro destino), ¿qué hijo?, quiero ir al baño, ¡pero si te dijimos que fueras!, se me olvidó, perdona… no hay un reto o una crítica. Si hubiese, se fabrica una nube gris en este lindo día de sol. ¡Que no se olviden de la ropa de abrigo! Como toda mamá, muy preocupada de un eventual resfrío. ¡Que no se vayan a enfermar! ¡Qué tanto! Vamos a caminar y escalar una montaña y quiero que vivan una aventura… ¡shhh! silencio, le digo, es secreto…y ¿dónde vamos? (mamá desea saber el destino), ya van a ver. Quiero ver la cara de los niños cuando lleguemos. Y sin celulares ni pantallas, por ningún motivo. Deseo que vivan esto, lo toquen, lo huelan, lo escuchen, lo sientan. Al crecer, si ahora están en alguna pantalla, ¿se acordarán de lo que vieron para pasar el rato? NO… Pero sí van a recordar que ¡subimos una montaña!, se tropezaron, se levantaron y vieron el mundo a ¡100 metros de altura!
…la vida también es para fabricar recuerdos…
Escarbo en mis recuerdos de adolescente. Mi mamá llevaba algo para cocinar, siempre una rica sopita que ella preparaba, y con mi papá hacíamos una pequeña fogata para calentar agua, sacada del río de la montaña. Me acuerdo de esa ollita, ¿dónde habrá quedado? Cómo olvidar ese sabor mirando el paisaje, un pan con algo, sentado en una piedra escuchando el constante sonido -no ruido- del agua. Un recuerdo que no se desvanece como niebla de invierno al salir el sol. Cuando voy al supermercado los domingo busco en una sopa de sobre, algo, un indicio, que me recuerde ese momento, y me encuentro con la siguiente aberración, sabor a… ¡qué es eso! Comida de plástico… ¡para adónde vamos humanidad!
¡Ya llegamos! ¿Les gusta?… ¡Siiii! ¡Qué bonito, y hay nieve!
– Ya, niños, bajarse, que vamos a subir el cerro.
– ¡Yaaa! -responden, literalmente saltando de alegría.
¿Cómo describir esas caritas llenas de emoción? Sorprendidos, corriendo y tratando de subir esa pequeña grandeza.
– ¿Papá? ¡la nieve es fría y muy blanca!
– Sí, hijos, así es. ¿Les gusta?
– ¡Sii! ¡Gracias, papá!
– ¿Tienen sed?
– Otro “sí” se escucha, largo como el recuerdo que espero tengan en su vida de niños.
Tomo un trozo de nieve y le hago un hoyo al medio. Estrujo unas naranjas -que, a propósito traigo- y les digo que beban el jugo por la parte de abajo. Un segundo de silencio, algo perplejos… La expresión es de sorpresa, como si estuviesen probando algo tan delicioso que parece de otro mundo. Otro sol ilumina sus mentes. Son otras naranjas, otro jugo. Algo nunca sentido en sus pequeñas bocas.
¿Será comparable a un “jugo” de sobre?
Estoy generando en ellos nuevas sensaciones, para que vivan algo imposible de reproducir en una pantalla… ¿Por ahora?
La próxima vez traeré un pequeño anafre y cocinaré una sopa, no de sobre.
…querida mamá no te he olvidado…

Dr. Juan Enrique Sepúlveda R.
Psiquiatra Infantil y de Adolescentes, docente del Dpto. de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia U. de Chile