«Esta protección, sin embargo, no debe interpretarse como una supervisión constante o un control excesivo. Más bien, se trata de una forma de apoyo basada en el consejo, la orientación y el fomento de la autonomía emocional”.
Como seres humanos, todos percibimos la realidad de manera diferente. Esta diversidad de percepciones es algo positivo, ya que nos permite tener opiniones únicas sobre nuestras experiencias y los temas que nos afectan. Sin embargo, lo que ocurre con frecuencia es que, en determinadas situaciones, nuestra mente puede hacernos imaginar cosas que no están sucediendo en ese momento, lo que puede generar incomodidad, ansiedad e incluso pánico.
Un ejemplo claro de esto es lo que muchos experimentamos al tener que hablar en público. Ya sea en una disertación escolar, universitaria o incluso en reuniones de trabajo, la idea de ser observados genera una serie de sensaciones físicas y emocionales que pueden ser difíciles de controlar. Las manos sudorosas, el tartamudeo, el enrojecimiento facial, la pérdida de palabras y la sensación de estar bajo una intensa mirada crítica son solo algunas de las reacciones que muchos de nosotros experimentamos. En esos momentos, es común desear huir de la situación o desaparecer, ya que nos sentimos abrumados por la angustia de estar expuestos al juicio de los demás. Sin embargo, lo que nuestra mente interpreta como una mirada crítica de los demás puede no ser más que un reflejo de nuestra propia autocrítica.
Estas sensaciones tienen una explicación psicofisiológica clara. Están relacionadas con las conocidas “crisis de pánico”, donde los síntomas físicos que experimentamos son reales y visibles, pero surgen debido a la angustia que sentimos ante la situación que enfrentamos. En estos episodios, el cuerpo responde de manera exagerada, como si estuviéramos enfrentando una amenaza real, aunque no haya un peligro físico inminente. Lo que realmente está ocurriendo es una alteración en nuestra percepción emocional, que nos hace creer que todos los ojos están sobre nosotros, esperando que cometamos un error. Sin embargo, en realidad, la mayoría de las personas está tan centrada en sus propias preocupaciones que ni siquiera están prestando atención a lo que estamos haciendo.
La ansiedad y la incomodidad en estas situaciones suelen ser consecuencia de una percepción distorsionada de la realidad. La forma en que interpretamos nuestras propias acciones es a menudo mucho más crítica que la forma en que los demás las perciben. Un consejo comúnmente dado para contrarrestar este tipo de ansiedad es mirar un punto fijo en el lugar. Esta recomendación tiene una razón práctica: al centrarnos en un único punto, evitamos la distracción visual que puede generarse al intentar observar las reacciones de las personas a nuestro alrededor. Esto nos permite reducir la sensación de ser observados y tomar el control de la situación, enfocándonos en lo que estamos haciendo en lugar de en lo que creemos que los demás piensan de nosotros.
Apoyo parental en la infancia
El origen de muchos de estos miedos y ansiedades puede rastrearse hasta la falta de una protección emocional adecuada durante la niñez. Durante los primeros años de vida, entre los 5 y los 14 años, los niños y adolescentes están en una etapa crucial de desarrollo emocional, y las experiencias que viven en este período pueden tener un impacto profundo en cómo manejarán el estrés y las emociones en el futuro. La falta de apoyo emocional en este tiempo puede llevar a una inseguridad que persiste en la vida adulta. Sin embargo, incluso después de esta etapa, la necesidad de protección no desaparece. En realidad, todos seguimos necesitando un cierto nivel de apoyo emocional a lo largo de nuestras vidas, ya que la manera en que aprendemos a manejar las dificultades depende en gran parte de la orientación que recibimos en momentos clave.
Esta protección, sin embargo, no debe interpretarse como una supervisión constante o un control excesivo. Más bien, se trata de una forma de apoyo basada en el consejo, la orientación y el fomento de la autonomía emocional. Los padres y otras figuras de cuidado desempeñan un papel fundamental en este proceso. La forma en que un niño o adolescente percibe la protección de sus padres influye directamente en su capacidad para enfrentar situaciones difíciles. Si un niño experimenta un ambiente seguro, donde puede expresar sus emociones sin temor a ser juzgado o rechazado, aprenderá a enfrentar sus miedos con mayor confianza.
El concepto de “capacidades parentales” es crucial aquí. Las competencias de los padres o cuidadores son esenciales para proporcionar a los niños la seguridad emocional que necesitan para crecer de manera saludable. Un apego seguro, forjado a través de interacciones positivas y apoyo emocional, crea una base sólida para las futuras relaciones del individuo. Esto no solo afecta cómo se enfrenta a los retos emocionales, sino también cómo se relaciona con otras personas a lo largo de su vida.

Cuidado con la sobreprotección
La necesidad de protección en la infancia y la adolescencia es fundamental para el desarrollo de la seguridad emocional, pero esta protección debe ser acompañada de una enseñanza activa sobre cómo afrontar los desafíos por uno mismo. Los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos a enfrentar las dificultades de manera constructiva, no resolviendo los problemas por ellos, sino brindándoles las herramientas necesarias para que puedan lidiar con los mismos problemas en el futuro. Si los padres intentan resolver los conflictos de manera excesiva, el niño o adolescente no aprenderá a manejar la ansiedad, la frustración o la incertidumbre de forma independiente, lo que puede llevar a una dependencia emocional a largo plazo.
Es importante recordar que el protagonismo en la vida de una persona no siempre tiene connotaciones positivas. En muchas ocasiones, el miedo al juicio o a la humillación puede hacer que un individuo se sienta incapaz de enfrentar el mundo por sí mismo. Cuando la familia o las figuras de autoridad intentan proteger excesivamente al niño o adolescente, pueden estar limitando su capacidad para crecer emocionalmente. El verdadero desafío radica en encontrar un equilibrio: proporcionar apoyo y seguridad sin impedir que el joven aprenda a gestionar sus propias emociones.
En resumen, las sensaciones de ansiedad y miedo al juicio que experimentamos, especialmente en situaciones de exposición, no son solo el resultado de nuestra percepción distorsionada de la realidad, sino también de las experiencias emocionales que vivimos durante nuestra formación. La protección familiar, el apego seguro y el aprendizaje de habilidades emocionales adecuadas son claves para poder enfrentar estos miedos y desarrollar una capacidad emocional resiliente. Solo a través de este equilibrio entre apoyo y autonomía es posible que los individuos se conviertan en adultos capaces de manejar las complejidades de la vida con confianza y seguridad.

Por Reinaldo Esteban Jara M.
Psicopedagogo Licenciado en Psicopedagogía – Universidad Tecnologica de Chile INACAP
Trabajador Social – Instituto Profesional Valle Central